Neil Harbisson se presenta como "el primer ciborg reconocido oficialmente por un Gobierno". Es artista, tiene 30 años y vive en Barcelona. Nació con un problema: veía en blanco y negro. Introdujo el color en su vida mediante un dispositivo electrónico insertado en su nuca que traduce los tonos en sonidos. Tras dudas y rechazos, el Gobierno británico aceptó finalmente la foto oficial para el pasaporte con ese tercer ojo cibernético. Asumió su tesis de que ese añadido artificial forma parte ya de su organismo. Ahora, Neil está decidido a impulsar la revolución de los ciborg. Este es un encuentro muy especial con él. Surrealista y, sobre todo, futurista. Plantea tantas preguntas, abre tantas vías, que obliga a pensar de otro modo.
(Fuente. es.wikipedia.org) |
Dentro de este edificio situado a las afueras de Mataró se encuentra la sede de la Fundación Cyborg, cuyo objetivo es ayudar a las personas que así lo deseen a integrar dispositivos electrónicos en su cuerpo. El edificio, conocido como La Incubadora y situado en el complejo Tecno-Campus de la mencionada ciudad, es una especie de colmena compuesta de pequeñas celdas o despachos cedidos temporalmente a personas e instituciones para el desarrollo de ideas consideradas interesantes. Dentro de una de esas celdas se encuentra ahora el ciborg Neil Harbisson, desde cuya frente me observa un tercer ojo, de carácter electrónico, conectado por un cable de audio a un chip situado a la altura de su nuca, haciendo presión sobre el hueso. El tercer ojo es en realidad un sensor de color capaz de leer las frecuencias de luz emitidas por un color y traducirlas a sonidos por medio del chip. Los sonidos, por su parte, llegan al cerebro a través de los huesos del cráneo. Harbisson ha adquirido, gracias a este artilugio, un sentido nuevo, del que carecemos el resto de los seres humanos, por el que "oye" o "escucha" los colores.
Vayamos por partes. Harbisson ve en blanco y negro. Diríamos que sufre de acromatopsia, pues tal es el nombre de este déficit, si él estuviera de acuerdo en que se trata de una carencia. Pero parece que no.
-Yo no lo llamo déficit, lo llamo condición visual -dice con cara de chico tímido, de segundo de bachillerato-, porque no es una enfermedad.
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