EN BRUSELAS preocupa, y mucho, el tamaño de los activos del ladrillo 
en los balances de la banca española. Porque eso, y no tanto el volumen 
de la deuda pública, hace desconfiar a los mercados, que no sueltan un 
euro, y obliga al BCE a suministrar liquidez a mansalva.
  
  En 
estos momentos, en lo que hace referencia a la economía española, la 
prima de riesgo no es tanto una respuesta a los niveles de deuda pública
 y de déficit público, como una muestra de recelo y suspicacia sobre las
 herramientas que maneja para hacerle frente a los recortes y generar 
crecimiento a un mismo tiempo. 
  
Lo que de verdad preocupa en 
Bruselas y en la City es si España conseguirá aumentar el PIB en 
proporciones suficientes como para hacerle frente al calendario  de 
estabilidad pactado. Eso es lo que subyace en la cadena de mensajes 
sucesivos, unos anónimos, y otros con nombres y apellidos -Olli Rhen, 
Mario Monti, Maro Draghi, etc.-, publicitados por distintos medios de 
comunicación europeos en los últimos veinte días. 
  
La semana pasada, The Economist
 se preguntaba si la economía mundial había entrado ya en fase de 
recuperación. Algo que parece tomar cuerpo en Estados Unidos. La revista
 británica concluía que las razones para el optimismo son reales. Pero 
el problema, advertía, sigue siendo Europa, donde las medidas de 
austeridad impuesta a los países periféricos de la eurozona están 
impidiendo el crecimiento, y sin crecimiento resultará imposible que 
cumplan los objetivos de déficit y de deuda. A su entender, la eurozona 
necesita crear instituciones para gobernar conjuntamente la deuda con 
disciplina fiscal. 
  
Aunque la palabra eurobonos no aparece en el texto, su sombra alargada planea sobre todo el editorial de The Economist. 
  
¿Cómo conseguir crecer?, es la pregunta sin respuesta que trae de cabeza a los ministros económicos del Gobierno Rajoy. 
  
Cristóbal Montoro (Hacienda) hace bolillos para intentar generar 
ingresos fiscales sin deteriorar más todavía el consumo. Luis de Guindos
 (Economía) pretende acelerar el proceso de concentración bancaria, en 
el que se da prioridad exclusiva al tamaño, sin que el Estado tenga que 
dar más ayuda, a fin de no aumentar la deuda pública. 
  
La gran 
banca está de uñas, porque el Fondo de Garantía de Depósitos se ha 
quedado sin fondos, tras la adquisición de Unnim por el BBVA. La compra 
de Banca Cívica le obliga a Caixabank a un ajuste de valoración de 3.400
 millones euros netos de impuestos con cargo a reservas. La operación 
puede exigirle a la Caixa una aportación neta de capital de 1.600 
millones.
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