Ni los mails van volando por el cielo, ni los querubines cuidan de las fotos en la nube. Las palabras y las imágenes viajan en tubos escondidos bajo tierra y cruzan los océanos, de un lado a otro, bajo las olas del mar. En el interior de esos tubos hay fibra óptica y dentro de esa fibra óptica hay luz. Encriptados en esa luz están todos los mails, todos los tuits, todos los vídeos de YouTube, la Wikipedia, la blogosfera y toda la información online que crece vorazmente cada segundo.
Hace seis años, cuando la humanidad todavía creía que internet vivía en la inmensidad del vacío, un senador de Alaska, llamado Ted Stevens, describió la Red como “una serie de tubos”. Todo EE. UU. se rió de él. Los shows de TV y los medios se mofaban de su imaginación cultivada en el jurásico. Pero Stevens llevaba razón.
La mayor parte del mundo sigue pensando que la Red es como una especie de galaxia electrónica, como un cerebro humano o como una fantasía. Así lo cree Andrew Blum(@ajblum). El periodista dice que es más común imaginar internet como la extensión de nuestra propia mente que como una máquina. Pero él no lo tenía tan claro. Así que decidió buscar la imagen real de esa nube donde se almacenan millones de datos. Tenía almacenado todo su trabajo en unas máquinas (servidores) y quería saber “dónde estaban, quién las controlaba y quién las había puesto ahí”. Entonces empezó el viaje. Fue hace dos años y, después de visitar varias ciudades de EE. UU. y Europa “en busca de nuestro mundo digital”, publicó un libro titulado Tubes, Behind the Scenes at the Internet (Tubos, detrás del telón de internet).
Durante ese tiempo, visitó centros de procesamiento de datos en Holanda, Alemania y EE. UU. con el objetivo de “convertir esos lugares imaginarios donde se aloja internet en lugares reales”. “Internet dejaba de parecer infinito”, relata en su obra. “El mundo invisible se estaba revelando”.
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