Desde que soy niño mi padre siempre me ha repetido:
“Nadie es tan sabio que no tenga algo que aprender ni tan humilde que no tenga algo que enseñar.”
Algo que siempre me llamó la atención y admiré en él era su capacidad para no mostrarse humilde ante el arrogante ni arrogante ante el humilde.
Por desgracia, cuando presentamos en público, tendemos a dirigirnos a los extremos: o vamos de expertos, nos creemos los amos, hablamos con arrogancia y prepotencia; o vamos de víctimas, exudamos inseguridad y nerviosismo, nos expresamos con lenguaje dubitativo. Estas situaciones se radicalizan cuando la comunicación se realiza entre personas de posiciones jerárquicas muy distanciadas: médicos y pacientes,directivos y empleados, profesores y alumnos, científicos y público en general, grandes dignatarios y ciudadanos, expertos y legos, etc. La tremenda asimetría de estas relaciones daña gravemente la comunicación.
Que seas el centro de las miradas no significa que seas el centro del mundo
Cuando hables en público, ten la humildad de escuchar a la audiencia, de reconocer que no posees todas las respuestas. Los ponentes que se creen el centro de la conversación desarrollan la sordera del ego: desaprovechan la oportunidad de escuchar que brinda toda presentación. Antes que intentar que la audiencia vea a través de tus ojos, trata tú de ver a través de los suyos. No albergues la actitud del ponente ávido por enseñar sin aprender.
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