La pasión por el advenimiento de la singularidad cibernética, es decir, el diseño de máquinas auto-conscientes, quizás tenga más que ver con la fantasía de la humanidad por inmortalizarse que con los aspecto prácticos de tales máquinas o robots. Por muchas razones, desde la neurociencia, es dudoso que la cibernética llegue a desarrollar tal grado de complejidad que permita el “upload” de nuestra configuración neuronal para luego ser descargada al nuevo hogar de silicón.
La paradoja es que seguramente el ser humano no esperará a que las máquinas adquieran auto-consciencia para responder ante ellas como si la tuviesen. Los procesos cognitivos inconscientes del ser humano serán la verdadera “vara mágica” que los convierta en agentes conscientes, es decir, la capacidad para el pensamiento mágico.
Al respecto hay un interesante estudio reciente que ve la interacción que pudiera resultar en situaciones donde los robots “engañan” a los humanos:
Los robots adquieren cada vez más papeles en nuestras vidas sociales donde pueden hacer daño a los humanos. Consideren un escenario en donde un robot asistente doméstico accidentalmente quiebra un tesoro familiar que nos fuera heredado; o cuando un automóvil robótico semi-automatizado con una interface personificada funciona defectuosamente y causa un accidente; o cuando un robot que puede luchar erróneamente mata a civiles. Estos escenarios ayudan a establecer la importancia de la siguiente pregunta: ¿Puede un robot de ahora o del futuro próximo- digamos 5 o 15 años de ahora- ser considerado moralmente responsable por el daño que causa?
La respuesta puede parecer obvia para nuestros procesos racionales, es una máquina defectuosa que hay que reparar o desechar. Curiosamente lo mismo pudiera pensarse de seres humanos con perfiles psicopáticos de personalidad, una vez admitido que su conducta criminal no depende del hipotético “libre albedrío.” Sin embargo, para los procesos intuitivos inconscientes el robot es asimilado por default a agente intencional.
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